San Agustín de Hipona
Nacido en Tagaste (Numidia) el año 354, hijo de padre pagano y madre cristiana, Agustín fue educado por ésta en el cristianismo, aunque pronto abandonó su práctica. Estudio gramática y literatura latinas y, posteriormente, hasta los veintinueve años de edad, enseñó retórica en Cartago.
Tras una juventud algo disipada en Cartago, la lectura de un escrito de Cicerón le llevó al estudio de la filosofía y a la búsqueda de la verdad, que, en un principio, creyó encontrar en la doctrina de los maniqueos, que defendió durante unos diez años.
Cuando empezó a dudar de ella, se trasladó a Roma, y luego a Milán, donde siguió ejerciendo como profesor de retórica. Sus dudas dieron como resultado un escepticismo filosófico, del que se libró mediante la lectura de los neoplatónicos, en especial de Plotino, que seguiría influyendo en su pensamiento posterior.
La posesión de la verdad sólo la encontró Agustín en el cristianismo, al que se convirtió, por influencia del obispo Ambrosio, de Milán, en el año 387. Desde entonces llevó una vida dedicada al estudio y a la contemplación, que mantuvo prácticamente hasta su muerte, a pesar de las ocupaciones del ejercicio pastoral, primero como presbítero y, después, como obispo de Hipona, en el norte de África, a donde había vuelto desde Italia en el año 388. Su muerte acaeció en el año 430, mientras los vándalos sitiaban Hipona, cuando el Imperio Romano de Occidente daba los últimos estertores.
Su pensamiento, de orientación platónica, defiende que la verdad no ha de buscarse en el mundo exterior por medio de los sentidos, sino reflexionando, volviendo la mirada hacia el interior de uno mismo: «No vayas fuera. Vuélvete hacia dentro de ti mismo. La verdad habita en el hombre interior.»
San Agustín es el primer gran talento filosófico desde la filosofía griega clásica. Con su obra y con su considerable influencia en la Iglesia y en el pensamiento cristiano, San Agustín contribuyó en gran manera a afianzar la orientación platónica de la filosofía en los siglos siguientes, hasta el resurgir del aristotelismo en el siglo XIII.
Los primeros escritos de San Agustín están dedicados a combatir los errores que él mismo había seguido durante su juventud. Así, combate a los escépticos, maniqueos y pelagianos en su obras Contra los académicos, Sobre el libre albedrío, etc. Sus obras más importantes, además de éstas, son las Confesiones, de carácter autobiográfico, Sobre la Trinidad y La ciudad de Dios.
La ciudad de Dios es la principal obra de San Agustín. Fue escrita entre los años 413 y 426 para refutar la opinión de que la caída de Roma en poder de los godos de Alarico (año 410) había sido causada por la aceptación del cristianismo y por el abandono de los dioses del Imperio, que en castigo habían dejado a Roma desamparada en manos de los bárbaros. Agustín se enfrenta a esta opinión en los cinco primeros libros de los 22 que tiene la obra, mostrando que Roma había caído por su egoísmo y por su inmoralidad. Además, en los cinco libros siguientes, Agustín demuestra que ni el politeísmo popular ni la filosofía antigua fueron capaces de preservar el Imperio y dar la felicidad a sus habitantes.
Los otros doce libros están dedicados a presentar el nacimiento, desarrollo y culminación del enfrentamiento entre las dos ciudades, la terrena y la celestial, encarnada ésta en la Iglesia de Cristo. Así, los libros XI-XIV muestran cómo nacen las dos ciudades, los libros XV-XVIII presentan su desarrollo en este mundo, el libro XIX expone la finalidad de las dos ciudades y los libros XX-XXII están dedicados a su culminación tras el juicio final.
El libro XIX, al que pertenece el fragmento seleccionado en el programa para lectura y comentario, es un libro muy bello, en el que San Agustín hace un profundo análisis de las nociones de justicia, paz y felicidad. En concreto, los capítulos 11-17 están dedicados al tema de la paz: definición (la paz es la tranquilidad del orden), formas de la paz, medios para conseguirla (las leyes), etc.